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En memoria de Andrés Ortiz-Osés (1943-2021)

Desde la Red Iberoamericana de Investigación en Imaginarios y Representaciones (RIIR), lamentamos el fallecimiento y enviamos condolencias a sus familiares y amigos de Andrés Ortiz-Osés, quien fuera maestro e inspiración intelectual para muchos integrantes de nuestra red.

En su memoria compartimos esta entrevista realizada por José Ángel Bergua.

Entrevistamos al filósofo y antropólogo Andrés Ortiz-Osés en el Seminario de san Carlos de Zaragoza (España), desde donde ejerce una especie de sacerdocio cultural al que acuden sus amigos y discípulos. Acaba de presentar dos nuevos libros, El secreto de existir (o sea, el amor humano) y Lo demónico (o sea, la ambivalencia humana). Detrás quedan sus estudios en Europa, su participación en el Círculo Eranos y la jubilación de su cátedra en la Universidad de Deusto en Bilbao, desde donde revolucionó la vida intelectual y política de Euskal Herria disertando con su cálida hermenéutica sobre el matriarcalismo vasco, el patriarcalismo indoeuropeo y el fratriarcalismo socrático-cristiano. En la actualidad convive con una enfermedad que aún no ha podido con su agudeza y creatividad. Conversar con él es una experiencia intensa y deslumbrante

José Ángel. Podría condensarnos en qué consiste su filosofía de la ambivalencia o del contraste:

Andrés. Consiste en comprender que toda nuestra existencia, incluida la realidad del universo, es ambivalente: Dios y el diablo, vida y muerte, bueno y malo, positivo y negativo, fascinante y terrible. Asumir la ambivalencia de todo es asumir flexiblemente la realidad en su urdimbre ambigua y oscilante, claroscura, y no dejarse llevar por los extremos o extremismos, estar abierto al devenir de lo real en su evolución evitando su involución regresiva, pero también su revolución alocada. La ambivalencia nos salva de toda unilateralidad parcial y de toda cerrazón total o totalitaria (sea a la derecha o a la izquierda).

J.A. Por eso afirma que la verdad es de todos y todas…

A. En efecto, la verdad es de todos y todas y de nadie en particular, porque la verdad no es posesión de nadie. La verdad es inter-verdad, verdad dialógica y democrática, verdad encarnada como sentido existencial y no como una esencia o fundamento dogmático. La verdad es humana, intersubjetiva y relacional, y no absoluta o absolutista pero tampoco meramente relativista. La verdad es paradójicamente implicación de contrarios, mediación y remediación de los opuestos, lo que incluye una política del consenso pragmático frente a la trinchera ideológica cerril. Esta mediación hay que realizarla desde un centro descentrado y desde un medio dinámico o remediador y no estático no obturador.

J.A. Quizás por ello propugna una creatividad cultural abierta al otro y su otredad radical:

A. Así es, la procreación es el modelo de toda creación o creatividad humana, la cual consiste en acceder al límite o frontera y transitarla culturalmente, o sea, en penetrar simbólicamente en la otredad, lo que es propio de la ciencia, o bien ser penetrado simbólicamente por la otredad, lo que es propio de la conciencia. Por eso en el fondo de toda pro-creación está agazapado el amor, ya que en el amor yo soy otro, porque hay un proceso de otración o transformación radical. Crear es procrear simbólicamente, es decir, culturalmente.

J.A. El tema del amor, junto al de la muerte, parece entrar con fuerza en esta su última etapa de la vida, inaugurada con su conocida obra Amor y sentido:

A. Bueno, el amor constituye el sentido trascendental de la vida humana, aunque esté atravesado de esa ambivalencia que atraviesa todo el ser de lo real. Sólo el amor puede afrontar la muerte humanamente, y en mi caso pondero especialmente el amor de amistad, como quería Montaigne. Pero también la propia muerte es ambivalente, porque al tiempo que finiquita nuestra vida significa sin embargo el descanso eterno y la paz perpetua para fieles e infieles, creyentes y no creyentes. El amor y la muerte tienen en común que representan la apertura radical al otro u otra (en el caso del amor), así como a la otredad radical en el caso de la muerte, por eso la literatura los concelebra conjuntamente.

J.A. Su filosofía es conocida por ser antropológica, y usted se define por ser un hermeneuta o intérprete de la cultura, autor del famoso Diccionario de hermenéutica (palabro que significa interpretación): nos gustaría conocer su interpretación de las culturas:

A. Pues bien, he distinguido entre una vieja cultura matriarcal, en torno a la diosa Madre (la tierra o naturaleza), una posterior cultura patriarcal en torno al dios Padre (símbolo de lo celeste), y una última cultura fratriarcal que ya no diviniza verticalmente a la Madre ni al Padre, sino al hijo-hermano horizontalmente y, por tanto, democráticamente. Así que lo primero que privilegiamos es la nación donde nacemos (la matria), luego privilegiamos nuestra estancia en un estado (la patria), y finalmente privilegiamos cívica o civilmente la fratria o hermandad democrática, instaurada por una confluencia greco-cristiano-ilustrada.

J.A. Usted ha descubierto esos rasgos en la gran tradición del Pilar de Zaragoza.

A. En el Pilar de Zaragoza puede observarse todavía un trasfondo pagano matriarcal, ya que el pilar o columna era un árbol mineralizado que fungía de trono sobre el que se asentaba la vieja diosa madre mediterránea, aunque luego en el cristianismo posterior el pilar o columna, asiento de la Virgen Madre, adquiere cierta connotación patriarcal de fundamento inmóvil o inmutable. Pero yo interpretaría el Pilar precisamente como el encuentro fratrial o fratriarcal de la religiosidad pagana naturalista y la religión cristiana sobrenaturalista, de la vieja diosa madre y de la nueva Virgen Madre, de la naturaleza terrestre y de la trascendencia celeste, en una especie de encuentro ecuménico intercultural.

J.A. Todo ello parece llevarnos a una revisión crítica de viejas y nuevas actitudes ideológicas y cerradas inculturalmente.

A. Efectivamente, se trata de criticar el viejo mito del héroe patriarcal que, lanza en mano, mata al arcaico dragón matriarcal. Es la lucha a sangre y fuego entre Dios y el diablo, el arriba y el abajo, la derecha y la izquierda, y también viceversa. Frente a semejante belicismo necesitamos un armisticio, ya que se trata de contrarios complementarios, como decía Machado, representantes de aquella ambivalencia radical que constituye la realidad del ser en su dialéctica o dualéctica generalizada, así pues, en su coimplicacionismo simbólico y real. Por lo demás, un auténtico Dios no puede tratar de aniquilar al diablo sino de transformarlo o redimirlo, de modo que el bien se abra al mal para su asunción, y que el mal se abra al bien para su remediación.

J.A. Aquí concluye la entrevista a Andrés Ortiz-Osés. Mas ¿cómo definirlo finalmente? Él mismo parece entenderse como una especie de ilustrado romántico, porque proyecta una razón simbólica o afectiva, cálida y latina. Acaso por ello, y por su familia y amigos, ha acabado retirándose en su tierra, abandonando el norte europeo e ibérico. Hay algo en su vida y escritura que emula al jesuita B. Gracián, lo mismo que hay algo ambivalente en su persona que lo hace cercano y diferente a un tiempo. Quizá el secreto de su existir estribe en lo que describe como el amor de los contrarios: paradoja e ingenio sagaz propio de la casa. El legado de Ortiz-Osés incluye aún varios libros inéditos, aunque acaba de aparecer El amor y la muerte en la Universidad de Chile. Habrá que estar atentos.

Entrevista originalmente publicada en Imaginación o Barbarie n°22 (diciembre de 2020).


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