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Reconocimiento a Emmánuel Lizcano

 

Manuel Lizcano Pellón (Madrid, 1921-2004), filósofo y sociólogo de la cultura, es una de las figuras más independientes y originales de la acción social y del pensamiento español del último medio siglo XX. Quizá precisamente por ello sea también una de las más desconocidas. Expulsado de la universidad por el régimen anterior, estudió en París con Edgar Morin y Henri Desroche. Procedente de la militancia obrera católica duranto los años más difíciles del franquismo, fue contribuyó a fundar el Frente de Liberación Popular (FELIPE) y promovió el diálogo entre los sectores más abiertos del anarcosindicalismo, que por entonces empezaba a abandonar las cárceles, del obrerismo cristiano y del sindicalismo oficial. En 1969 creó el Instituto de Sociología y Desarrollo del Área Ibérica (ISDIBER), una isla de pensamiento libre que desarrolla un programa de posgrado orientado hacia fundamentalmente hacia Iberoamérica. Editó la revista Comunidades y organizó los primeros Foros Iberoamericanos (Bogotá, 1973; La Rábida, 1975), precursores de las actuales Cumbres Iberoamericanas. Su sueño de un paniberismo comunalista y libertario, que se había ya esbozado en sus libros La revolución comunal y El nuevo proyecto español, se expone póstumamente en Tiempo del sobrehombre y en los monográficos a él dedicados por la Revista Iberoamericana de Autogestión y Acción comunal y la Antología editada por la AECID.

TIEMPO DEL SOBREHOMBRE

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Tiempo del sobrehombre (Sepha, Málaga, 2010), la obra cumbre de Manuel Lizcano Pellón, es una impresionante reelaboración de las categorías del pensamiento, la historia y la experiencia humanas, que pivota sobre tres ejes conceptuales: la comunalidad, el hispanismo y lo ab-soluto. El primero, la comunalidad, prefigura, aunque también desborda, el actual neo-comunitarismo, al hacer de las formas comunales de convivencia la clave interpretativa de la vida social y, en particular, la de las sociedades que se expresan en lengua española y portuguesa; el levantamiento comunero y su hibridación con las formas comunales indígenas que encuentra en América, las juntas populares contra Napoleón y los afrancesados modernos, los populismos iberoamericanos o las colectivizaciones anarquistas durante la última guerra civil en España son así claves fundamentales para una reinterpretación integral de la historia de lo hispano en la península y en América. El segundo, el hispanismo precisamente, postula la existencia de una modernidad alternativa a la burguesa que acabaría resultando dominante, una modernidad propia en la que las figuras de Ibn Jaldún, Gracián, Juan de la Cruz, Don Quijote, Unamuno y el pensamiento venido de América juegan un papel equivalente al de Descartes, Galileo, Hobbes o Rousseau en la que se autodenominó como ‘la modernidad’ a secas, relegando a cualquier otra orientación histórica a percibirse a sí misma en términos de atraso respecto a ella. El tercero, lo ab- soluto (lo suelto-de-todo), hace referencia a la radical falta de fundamento en sí mismo de cualquier ámbito del pensamiento y de la experiencia humanas, tanto personal o íntima como comunal o colectiva. Por eso, en el campo del pensamiento el logos se desborda en el nous y los conocimientos a que lleva el primero (desde la filosofía hasta las diversas ciencias) han de sumergirse en una noología a la que ya apuntarían la mística y las distintas sabidurías. Y, en el campo de la experiencia, lo ab-soluto se manifiesta en las figuras del an-arjos y del u-topos, en las que las formas de vida – respectivamente biográficas e históricas- se revelan en su plenitud precisamente en aquello que las suelta del imperio de las leyes y de las determinaciones, en su potencia de ensoñación de la realidad: su tiempo es el tiempo del sobrehombre.

Estos tres ejes se van desgranando y engranando entre sí en la obra hasta ofrecer una revisión crítica -y una vasta reinterpretación- de las categorías sociológicas, de la

historia de la filosofía y de la propia historia de los pueblos de habla española y portuguesa. Esta reinterpretación, radicalmente original en los dos sentidos del término, apunta a la imperiosa exigencia de pensarnos, los hispanos, desde nosotros mismos e ir dejando de hacerlo desde categorías que tan a menudo nos son ajenas, cuando no abiertamente hostiles.

Un proyecto tan ambicioso como original no podía dejar de hacer frente a dos cercos o bloqueos con los que se manifiesta en permanente tensión. Uno es el cerco del lenguaje político y académico dominante, que el autor percibe como un corsé que de continuo le traiciona y que, por tanto, ha de reelaborar en profundidad sin dejar por ello de  mantener con él un tenso y permanente diálogo. El resultado es un discurso riguroso que hilvana, primorosamente, elaborados neologismos conceptuales con formas expresivas poéticas y populares, aunando así en él las dos sensibilidades –intelectual y popular-  que en todo momento el autor quiere mantener y animar en toda su viveza. El otro es el cerco del propio mundo académico, que le expulsó de sí ya en sus primeros pasos. Al igual que con el lenguaje, el autor parece hacer de la necesidad virtud y, sin dejar de mantener un fértil y apasionado diálogo con cada nueva producción intelectual de importancia, logra proponer un pensamiento cuyas originalidad, libertad y radicalidad nunca hubieran sido posibles desde el seno de las instituciones académicas.

E. L.

Mi amistad con Manuel Lizcano

Por José Luis Abellán

Mi conocimiento de Manuel Lizcano tuvo lugar durante los años en que él fundó el ISDIBER (Instituto de Sociología y Desarrollo del Área Ibérica); esos años vinieron a coincidir con la fundación del CEISA (Centro de Estudios e Investigaciones Sociológicas), por José Vidal Beneyto. Estábamos, pues, en la misma onda. Personalmente, colaboré de forma más próxima con la segunda de las instituciones mencionadas, pero se afianzó a su vez mi amistad con Lizcano, con quien mantuve lazos de amistad basados en la común preocupación por América Latina y una inclinación compartida por los planteamientos del anarco-comunitarismo. Manuel Lizcano era un libertario confeso y convicto y su defensa radical de la “comunidad de los libres” se movía en esa línea; en realidad, consumió su vida en una fundamentación filosófica de esa opción. De forma muy especial, en los últimos años –consciente sin duda de que le quedaba poco tiempo- se dedicó a redactar una trilogía –inconclusa- cuyos planteamientos ya se hacen explícitos en el primer tomo de la misma: La revolución comunal: hacia una nueva comunidad iberoamericana. La lectura e influencia de Diego Abad de Santillán y de Martín Buber están muy presentes en su pensamiento, autores que también leí yo y dejaron una honda huella en mi pensamiento.

Manuel Lizcano era muy consciente de que en España habíamos tenido una “modernidad” propia, muy alejada de la centroeuropea; en esa “modernidad” se adelantaban principios de lo que ahora se llama “posmodernidad”, y por eso es una posibilidad abierta con una enorme potencialidad de futuro. Eran planteamientos comunes a los que inspiraron la redacción de mi Historia crítica del pensamiento español; era ésta una obra que él consultaba con frecuencia y sobre la que recaían a menudo nuestras conversaciones. Nos veíamos poco, pero las veces que lo hacíamos nuestras conversaciones eran largas y fructíferas; a veces tres y cuatro horas seguidas de las que salíamos remozados.

A él le gustaba hablar con frecuencia –aludiendo a la suya- de la “generación perdida”, y yo me sentía inmerso en ella, aunque soy algo más de una década más joven que él. Sin embargo, no estaba de acuerdo con el adjetivo de “perdida”, pues nuestra generación no lo estuvo: jugó un papel esencial en la recuperación de la democracia por

vías pacíficas. Él fue un luchador antifranquista, como yo mismo, y en esa lucha consideró que la sociología debía jugar un papel trascendental. Si la guerra civil fue un hecho irracional, que engendró una sociedad basada en la irracionalidad, dábamos por seguro que había que introducir pautas de análisis racional de la situación, y para ello nada más útil que introducir los estudios sociológicos en España. Nadie mejor preparado que él para ello. En los años cincuenta había estudiado en París, dentro de los cursos del CNRS, donde se relacionó con Henri Desroche y con Edgar Morin, que dejaron importante huella en su pensamiento. Los cursos de Sociología de las Religiones que allí siguió dejaron huella en sus planteamientos renovadores de un catolicismo tradicional que él había mamado en su infancia. Racionalizó sus creencias que desde entonces se movieron en planteamientos muy próximos a lo que luego sería  el Concilio Vaticano II. Lizcano fue un católico moderno y progresista, muy alejado de los intereses de poder y dominación de la Iglesia española tradicional.

Esto le acercó a los planteamientos filosóficos de Xavier Zubiri; los últimos años de su vida fueron de lectura y reinterpretación de las doctrinas zubirianas. Basado en éstas hizo una profunda revisión de la filosofía tradicional, donde el logos –y la “razón pura” en particular- habían ejercido una función de aprisionamiento del ser humano.  Los planteamientos anarquistas de su juventud vuelven por sus fueros llevándole a actitudes muy críticas. La vieja idea de una “comunidad de libres” retoma fuerza y encuentra en la filosofía zubiriana un fundamento filosófico inédito. Es ahí donde toma pie la idea de una “noología del sobrenombre” con carácter de necesidad; mediante ella es posible superar la prisión del logos. A la clausura del logos le sustituye la apertura del nous, mediante la cual la condición humana se abre a lo ab-soluto. Es ahí donde se fundamenta la idea del hombre como “libre sustantivo”, donde la libertad ya no es adjetivo –“hombre libre”-, sino una realidad substantiva que se realiza como tal en el seno de una comunidad de hombres como seres libres, única donde todo hombre puede adquirir el sentido de su vida.

No; no fue una “generación perdida” la de Manuel Lizcano; al contrario, fue una generación necesaria, con la que las actuales generaciones tienen una deuda impagable. Vayan estas afirmaciones en reconocimiento de justicia a su vida y a su obra y como recuerdo de la amistad que nos unió durante tantos años.


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